Hace unos días viajé a Cantabria en busca del románico más puro. Tras la visita a la catedral me dio tiempo a pasear por Santander.
Sinceramente no me ilusiona mucho visitar ciudades, pues tengo tendencia a elegir zonas rurales y especialmente los rincones más perdidos.
Conozco muchas ciudades españolas y me quedan pocas por descubrir. De estas, no he encontrado aún el lazo que nos una. Estoy convencida que todo rincón de este planeta tiene un tesoro escondido, al que quizás no lleguemos a conocer jamás si no es de la mano de alguna persona local que domine cada palmo del territorio.
Cuando visito ciudades suele ser con un objetivo concreto, por ejemplo, este viaje a Santander fue para visitar la catedral con el más bello estilo románico en la cripta y gótico en su claustro.
La arquitectura es una de mis pasiones, por lo que anduve kilómetros y kilómetros buscando lo que podría identificar, arquitectónicamente, como el sabor de la ciudad. Pregunté por el casco antiguo y con gran amabilidad me respondieron que las edificaciones más antiguas solo las hallaría en la propia manzana donde me encontraba. Recorrí la zona brevemente y tan solo encontré unas callejuelas con edificios de balcones y galerías, algún comercio antiguo y numerosos restaurantes.
Seguía en la búsqueda de alguna edificación como esencia de esta ciudad. Y ahí estaba. Encontré esta casa azul, escondida entre estos grandes edificios de viviendas. Sin duda una superviviente, encajonada, literalmente ahogada casi sin respirar… pero viva.
No puedo evitar preguntarme como ha podido sobrevivir al plan urbanístico. ¿El propietario quizás se negó a perder la casa familiar? ¿Algún rebelde y amante de la arquitectura de su ciudad? Interesante rincón.
Borré de mi mente los grandes edificios que la rodean. Centré la mirada en este pequeño edificio azulón de ventanas blancas. Por un lado, para imaginar cómo sería la ciudad hace cien años, y por otro, para imaginar qué se siente entre gigantes, ¿Pequeño o grande? Seguramente pequeño en tamaño y grande en orgullo por haber conservado y salvado esta edificación.
Me llevo este rincón de la ciudad por lo que representa. La destrucción de las edificaciones anteriores a los años cincuenta no solo se manifiesta en las ciudades, también en las zonas rurales. Esto es algo que me entristece, pues defiendo que esto es una muestra de falta de respeto y cariño a esta parte de la historia, e identidad del lugar.
Quizás esto me inspire para una obra, aunque solo sea como homenaje. No sé si a la valentía de sus propietarios, o al azar. Lo importante es que se ha conseguido conservar, y hoy día es una edificación especial.
Mar Muñoz.